Miembros de La Huertaka y Ekologistak Martxan, han plantado un árbol en Barakaldo para poner “Un corazón verde para no olvidar que somos seres interdependientes, que las personas nos necesitamos las unas a las otras y que también necesitamos al resto de los seres vivos de este planeta. Mantener la biodiversidad que permite el equilibrio de la vida es el mejor EPI, la mejor barrera contra las pandemias”.
La Huertaka es un proyecto colectivo que nació en el verano de 2014. Varias personas se encargaron de limpiar y dar vida a un terreno baldío de 500 metros cuadrados en el barrio de Lutxana (Barakaldo). “Era un sitio lleno de basura y ratas”, recuerdan.
Poco tiempo después, aquella tierra empezó a dar sus frutos, y lo hizo en el sentido más amplio de la palabra: “además de realizar cultivos agrícolas, se iniciaron una serie de actividades de sensibilización y divulgación social sobre agricultura ecológica, soberanía alimentaria o recuperación de espacios degradados, entre otros”. Algunas de estas iniciativas han recibido premios y reconocimientos, incluso internacionales.
Sin embargo, el Sareb y la denominada “Junta de Concertación de la Unidad de Ejecución 21 Parque Serralta” -formada por el propio Banco Malo, así como por la empresa municipal Eretza S.A. y por las entidades privadas Anida S.A., Altamira R.E. y Vizcaína de Edificación- alegaron que eran los auténticos titulares de esa parcela –ubicada, a su vez, dentro de un gigantesco solar de 85 mil metros cuadrados-, por lo que llevaron a los ecologistas a los tribunales.
La primera denuncia fue archivada en enero de 2016. La Huertaka ganó entonces una batalla, pero no la guerra. Algunos meses después, el Banco Malo volvió a la carga en los tribunales, reclamando el desahucio del huerto urbano. A pocas horas de que se celebrase el juicio, Sareb y Ekologistak Martxan consiguieron llegar a un acuerdo provisional. Ekologistak Martxan siempre a tratado de generar vías de encuentro con las entidades propietarias de los terrenos en desuso para evitar su deterioro y propiciar un uso público, de forma que sean un activo social en los barrios.
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