Hoy recuperamos un reportaje de Teresa Villaverde para Pïkara Magazine.

La verdad es que deja poco margen para el comentario, el testimonio es brutal y nos presenta cara a cara una realidad que no podíamos dejar de intuir.

Puede ser que este reportaje lleve a la reflexión a aquellas personas que nos leen y que todavía no han encontrado un camino distinto al ofrecido por la gran distribución para su abastecimiento alimentario, puede que reflexione alguna de esas personas que sigue buscando en alimentación el precio más barato, puede que empecemos a darnos cuenta de que si aceptamos estos alimentos lleguen a nuestras casas, nosotras también somos responsables de perpetuar la situación.

Puede que por fin alguien se de cuenta de que el que come explotación es también un explotador.

Iñaki Urkixo

 

‘Las milagros’ de la agroindustria almeriense

Teresa Villaverde

Se suele decir que la mano de obra del jornalero sin contrato es la cara b del éxito agroindustrial de Almería, pero hay otra base obrera invisible. Las mujeres componen el 90% de los almacenes de envasado de hortalizas, cobrando 6,44 euros brutos la hora por convenio. El envasado es un recurso laboral tanto para pagar unos estudios como para afrontar una hipoteca. En la mayoría de los casos, ser mujer y de Almería significa haber sido envasadora alguna vez en la vida.

Trabajadora en planta envasadora de tomates. San Isidro, Almería, julio 2016./ Bandia Ribeira

El cultivo del miedo

“Yo soy una mujer y madre que empezó a trabajar en los almacenes con 18 años y habla de lo que sabe. No nos valoramos, asumimos con resignación lo que nos echen. A mí me miran mal porque me meto en política. Las mujeres son las que están todo el día en los almacenes y les salen varices. Y eso es lo normal. A mi hija pequeña la está criando su hermana”, cuenta E. Tiene 45 años y vive en El Ejido, en el Poniente almeriense, donde trabaja en el envasado. A pesar de estar afiliada a UGT y de haber participado en la última negociación del Convenio que se firmó en marzo de 2016, así como en la convocatoria de huelga finalmente frustrada, prefiere no decir su nombre porque no quiere estar “muy señalada”. M.T., representante sindical, ésta de la CNT, tampoco quiere publicar su nombre: “Lo que diga puede afectar a terceras personas”.

Digamos que todas se llaman Milagros, ya que sustentan parte del relato épico que rodea al éxito agroindustrial de la región, conocido como ‘el milagro almeriense’. Una suerte de Inditex andaluz que, según Cajamar, volvió a batir su récord en exportación hortofrutícola en 2015, tanto en toneladas, con 2,17 millones, como en valor: 2.000 millones de euros. Aunque en los invernaderos las mujeres son minoría, en los almacenes de envasado de hortalizas componen el 90% de las plantillas. Pese al balance positivo, las hasta 30.000 mujeres que trabajan envasando las hortalizas que viajarán al norte de Europa cobran 6,44 euros brutos la hora –eso dice el nuevo convenio– con jornadas de entre 12 y 16 horas seleccionando y envasando frutas, verduras o flores, sin moverse del mismo metro cuadrado. Si las condiciones sobre el papel no son óptimas, según representantes sindicales el incumplimiento del convenio es sistemático desde hace años. Hubo un repunte de mejora a principios de siglo tras ciertas luchas, pero se ha quebrado de nuevo con la excusa de la crisis. “Los contratos suelen ser legales, pero el salario es muy bajo. Y en campaña, aunque no vas a encontrar denuncias, yo he tenido testimonios directos, pueden estar trabajando un día 20 horas, al día siguiente 12, al siguiente 17, y así una semana. Con el mismo salario que el de las 8 horas de jornal. Pero es muy difícil que hablen. Quien ha hablado públicamente de Gabriel Amat –alcalde de Roquetas de Mar, presidente de la Diputación de Almería y líder del Partido Popular en la provincia relacionado con casos de corrupción–, ha sufrido las consecuencias. Han entrado a robar en su casa y se han llevado pruebas”, asegura Fran Peñate, de la CGT. Y José Antonio Montoya, técnico del Ayuntamiento de El Ejido, recuerda que a Rosalía Martín, concejala de Izquierda Unida, “alguien” le destrozó la oficina en la sede de la asociación Mujeres Progresistas.

Quienes se significan, tienen miedo. Y quienes sólo se dedican a trabajar, también. En especial en el sector del envasado donde, según UGT, tan sólo el 30% de las empleadas son fijas discontinuas –con contrato fijo aunque sólo trabajen en los meses que se necesitan según la producción–, y el 70% restante se encuentra en situación eventual. Según IU el porcentaje alcanza el 95% en algunos almacenes. Para evitar los contratos que, por ley, tienen que ser fijos una vez que una trabajadora ha cumplido dos campañas seguidas, los empresarios llegan a acuerdos entre sí para intercambiarse a algunas envasadoras. Así se les asegura el trabajo, aunque esta situación las deja a merced del despido o de la no renovación a la mínima, lo que hace muy difícil que se atrevan a reivindicar sus derechos.

El despido, además, “les sale gratis”, según explica MT: “Muchas empresas no te pagan ni el finiquito, y nadie lo reclama. Si lo haces pasas a la lista negra”. Mercedes Díaz, jurista y presidenta de la asociación AIMUR de atención a mujeres en riesgo de exclusión social, también confirma que hay mujeres a quienes en el finiquito les pagan menos horas de las que corresponde. El miedo a ser despedidas se agrava en una provincia en la que la tasa de paro se sitúa entre las más altas de España –con un 22,65 en 2016 frente al 18,91 estatal– y donde la agroindustria se ha convertido en un sector refugio tras la caída del ladrillo.

“Se despide a mucha gente sin problema porque es una de las pocas fuentes de empleo de la provincia. Todo el mundo tiene miedo. Han visto cómo la gente se queda sin casa”. L. explica así que su hermana no quiera hablar. Ella tiene 54 años y lleva más de 30 en este trabajo: “Tiene un convenio con su empresa de 12 horas al día todas las semanas. El año pasado estuvieron trabajando más de 20 horas seguidas durante días con la excusa de que los supermercados DÍA, Lidl y Mercadona, como en España son los que compran toda la verdura, ponen los precios que quieren. Cuando tuvieron esas jornadas mi hermana tenía amarillo el blanco de los ojos”.

Oro y desierto

Almería es para muchos un lugar de tránsito en el que ganar dinero. A todos los niveles, desde la gran multinacional hasta el inmigrante que trabaja en negro. El paisaje desértico que ha sido escenario de tantos rodajes de películas del oeste sirve como adelanto de lo que uno puede encontrarse en ‘El Dorado’ español. “La gente viene aquí con su carreta a buscarse la vida. Pensamos que con tener trabajo vale, que estamos de paso. Pero no es así. Y deberíamos pensar no sólo en lo que tenemos sino en lo que vamos a dejar para el futuro –dice E. – ¿Qué le dejas a tu hija, que probablemente va a trabajar aquí?”.

“Lo difícil es que entiendan que no se trata de que ganen sus mil y pico euros a costa de trabajar muchas horas, sino que deberían cobrar más la hora para poder tener una jornada normal con un sueldo digno”, explica Zaida Ruíz, ex concejal de IU de El Ejido y afiliada al SAT, que ha trabajado intermitentemente en los almacenes durante 15 años. Sin embargo, la temporalidad, la idea de Almería como un desierto de inmigrantes, españoles o extranjeros, es otro factor que, junto con el miedo, hace muy difícil articular una lucha por los derechos de las trabajadoras.

La falta de trabajo sigue teniendo género femenino en Almería –unos siete puntos más en la tasa de paro, según el INE de 2016–, pero el aumento del desempleo entre los hombres, sobre todo debido a los expulsados de la construcción, ha provocado que en muchas casas el sueldo de las envasadoras sea el único. UGT calcula que en los almacenes se emplean hasta 30.000 mujeres en temporada alta y unas 20.000 el resto del año; por cada hombre, hay entre 15 y 20 trabajadoras.

“Las mujeres y los abuelos estamos dando de comer a las familias a costa de nuestra salud. Nos han engañado diciéndonos que podemos con todo, con la casa, con los hijos, con el almacén”, dice M., de 56 años, que lleva trabajando como eventual en la industria del envasado de Poniente de manera intermitente desde el año 2000. Ella es una de las muchas mujeres que lleva el único salario a casa. Su marido tuvo un accidente y no puede trabajar.

Otro caso es el de Esther. Nigeriana, vive con su marido y sus dos hijos en Roquetas de Mar. Tiene un contrato de fija discontinua: “Se notan las políticas de estos años de gobierno. Antes por un despido nos podían pagar unos 3.500 euros y ahora por el mismo tiempo, 1.500”. Cobra 5,90 la hora y su marido está en el paro.

El paro y la siniestralidad laboral –los accidentes han crecido un 34% en 2016 según la Dirección General de Seguridad y Salud Laboral de Andalucía– son las mayores lacras de la provincia. Además, las enfermedades o dolencias derivadas del trabajo son habituales, por eso, la edad también está penalizada a la hora de contratar. “Prefiero ser eventual. Si eres fija te pueden echar a los 50 con dos perras gordas y ya no te llaman de ningún sitio porque tienes las costumbres hechas”, dice M.

Según la presidenta de AIMUR, se considera que las mujeres tienen menos fuerza y es mejor que trabajen en el envasado, pero al mismo tiempo prefieren que sean menores de 35 años porque “necesitan gente con espaldas fuertes y sin problemas de ciática por estar muchas horas de pie”. De hecho, M. reconoce que en su almacén hay que levantar peso y le cuesta porque tiene mal la cadera. Coger la baja siendo eventual puede implicar el despido. “Hubo un brote de gastroenteritis y una mujer entró a trabajar y se puso mala al segundo día. La echaron. Y el otro día oí las arcadas de una chica en el baño y me dijo que no se iba a casa porque sólo llevaba tres días”, narra E.

“Hago de todo. Limpio la cámara frigorífica, etiqueto, pongo las pegatinas en el género, limpio el almacén, grapo las mallas donde se recoge la fruta, envaso”, dice una trabajadora justo antes de terminar un descanso rápido. “Hay servicios en los que te restan los minutos que vas al baño. Imagínate una mujer embarazada o que tiene la regla. La jefa de línea te tiene que dejar salir y te cronometra”, asegura Marina Morata, trabajadora de la asociación AIMUR. Restar minutos –en algunos almacenes se restan hasta los del descanso que las trabajadoras deben tener–, implica retrasar el comienzo de las horas extra, que en los almacenes que cumplen se pagan a más de 8 euros y comienzan a partir de las nueve horas diarias.

Alrededor de 20 mujeres envasan calabacines en un almacén cercano a San Isidro, en el Levante almeriense. Un hombre las supervisa. “La mujer por lo general es más rápida, aunque es cierto que en zonas de Málaga también lo hace el hombre. Pero este trabajo exige menos fuerza”, explica. Según aclara Zaida Ruiz, la generización laboral se está rompiendo, pero por lo general, “la mujer es envasadora y el mozo de almacén, hombre. La mayoría de jefas de línea son mujeres, pero cuando hay que ascender a los puestos superiores, lo hacen los hombres”. Esta clasificación no sale gratis: el salario de una envasadora según el nuevo convenio es de 6,44 euros la hora, el más bajo de la tabla junto con el personal de limpieza –más mujeres–, y el sereno. El mozo de almacén es el siguiente en el rango con 6,70 euros la hora.

Otro de los acuerdos recogidos en el nuevo convenio como un éxito es la reducción de jornada para la conciliación. Quien se acoge a ella puede trabajar 45 horas ordinarias semanales en vez de 48. Esa rebaja irrisoria es cierta sólo sobre el papel, porque la realidad dice que en un sector donde la mayoría son eventuales, los casos de que conciliación son anecdóticos. Y esto en una provincia que entre 2005 y 2011 registró unos 400 embarazos en menores de 19 años, situándose a la cabeza del Estado.

“Nunca saben cuándo van a salir de trabajar, y muchas veces tampoco cuándo van a tener que entrar al día siguiente”, cuenta Morata. Para solventar esta falta de previsión, estas mujeres recurren a familiares o contratan a alguien, pero el problema se acentúa cuando las afectadas son inmigrantes, que en muchos casos no cuentan con esos lazos familiares a mano. “En mi almacén trabajan marroquíes, ucranianas, rusas… Se organizan entre ellas. Si una trabaja dos campañas, la otra cuida a los niños y viceversa”, cuenta E. Esas redes son las que permiten mantener el ritmo.

 

Obrera, mujer e inmigrante: triple discriminación

Trabajadoras extranjeras piden justicia por el asesinato de un compatriota en una reyerta. El Ejido, julio 2016./ Bandia Ribeira00

El asentamiento de Don Domingo está camino de Pueblo Blanco, en el Levante almeriense. En la primera fila de chabolas, levantadas a unos 300 metros de la carretera, la mayoría son personas negras. En las siguientes hileras que se extienden en paralelo junto a un camino de tierra, árabes. Fátima es una de ellas. Ha cercado una parcela pequeña alrededor de su caseta, donde ha construido una para que quepa una persona. Vive sola. “A mi marido lo metí en la cárcel”, cuenta enseñando el aparato que advierte a la policía en el que caso de que él viole la orden de alejamiento. Es temporera y tiene un contrato de trabajo que dice que nació en 1979, aunque tiene 44 años. La siguen llamando inmigrante, pero lleva diez años trabajando en España y tiene papeles. Sus hijos viven en Marruecos.

Son muchas las inmigrantes con un marido ausente. De hecho, desde los años 80, cuando empezaron a llegar los primeros extranjeros a trabajar la tierra, el perfil de varón solo ha cambiado debido en gran parte a la reagrupación familiar, que implica la llegada de más mujeres y niños. Basta echar un vistazo al INE para ver que las cifras se han ido equiparando. Si en 2008 llegaron casi cinco mil hombres más que mujeres, en 2015 la diferencia no llegó a mil. La reagrupación familiar conlleva una situación de dependencia para el miembro de la pareja que llega después, en la mayoría de los casos, la mujer. La vulnerabilidad no es sólo económica, también es legal, ya que la renovación de la tarjeta de residencia de ellas depende de la nómina y de la firma de ellos. Los casos de divorcio o de abandono del hogar por parte del marido dejan a la esposa expuesta a la expulsión del país si no ha cumplido los tres años de arraigo exigidos para regularizar sus papeles o no cuenta con un empleo propio. Para ellas es más complicado encontrar trabajo: en el campo la mayoría son hombres, y en el empleo doméstico, según explica Díaz, se da “cierta discriminación al contratar a mujeres negras o marroquíes”. En los almacenes generalmente no es así, aunque la diferencia puede ser de otro tipo. “Estuve en uno en que casi todas eran inmigrantes. Yo entraba a las tres y salía a las once y ellas habían entrado a las siete o a las seis de la mañana. Descansaban de una a tres y seguían”, recuerda Zaida.

Según M., en los almacenes todas están con contrato, otra cosa son las horas que realmente trabajan: “Yo he hecho mis horas y me he ido dejando a las inmigrantes”. La situación, para extranjeras y nativas, es peor en los más pequeños e incluso clandestinos. “Puede haber una comercializadora alemana que contacta con una cooperativa de aquí y en vez de dar de alta en el régimen general, las ponen en el régimen del campo, que la cotización más baja. También hay almacenes con todo en regla que pagan cinco euros la hora y es menos de lo que dice el convenio. Y no pagan las horas extra”, relata E. La situación ha llevado a UGT a anunciar que hará públicos los nombres de las empresas que no cumplan.

“Esto no cambia porque aquí todo el mundo tiene miedo a cargarse la agricultura –considera E.– El margen que saca el agricultor lo hace aprovechándose de la mano de obra barata mientras las grandes multinacionales –Monsanto, Bayer, Syngenta– ganan. Pero es un hilo del que nadie quiere tirar porque molesta al líder alemán. El resultado es que somos invisibles, siempre lo digo. Veo el orgullo que siente el minero de Asturias y los jornaleros de otros sitios pero… ¿Y nosotras?”.

Nota de la autora: El 2 de febrero un hombre de 33 años murió trabajando en un almacén de envasado de Almería de un infarto. No es el primer caso, la siniestralidad laboral es uno de los principales problemas de la provincia. Sus compañeras, las envasadoras que estaban trabajando cuando ocurrió, no pararon de hacerlo. Nadie les dio el alto, el tiempo se fue dilatando y siguieron en su puesto. Cuentan que algunas lloraban sin dejar de seleccionar hortalizas y al día siguiente ellas mismas se estremecían al pensar en cómo había ocurrido todo. La temporada está siendo mala y en algunos almacenes los despidos son semanales y el miedo a perder el trabajo, mayor. Este reportaje se escribió antes de que ocurriera el suceso, pero aprovecho su publicación para dejar por escrito este resumen breve sobre lo que ocurrió aquel día.

Fuente: Revista Píkara Magazine

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